Hoy existen serios indicios de que estamos ad portas de entrar a lo que se denomina la Cuarta Revolución Industrial, donde será la inteligencia artificial capaz de aprender nuevas ideas la que dará un salto inconmensurable en los métodos de producción, lejos de cualquier comparación anterior.
Sus consecuencias probablemente superen toda proyección. Será el paso desde la “Industria 4.0” (computarización de la manufactura) hacia un cambio sistémico que redefinirá nuestra identidad más allá de los efectos puramente económicos o empresariales, sistemas que interconectarán el mundo físico, el digital y hasta el biológico permanentemente.
Recién estamos, como lo hiciera Rodrigo de Triana, gritando “tierra a la vista” aquel 12 de octubre de 1492. No sabemos, realmente, hasta dónde nos llevará todo esto. ¿Llegará a buen puerto?
Históricamente, los avances tecnológicos han traído cambios transformadores en el mundo del trabajo. Los cambios generan incertidumbre y la incertidumbre obnubila a las personas en medio de los temores, en especial el miedo de dejarlas sin empleo porque ahora hay una máquina que hace ese mismo trabajo, pero de forma más barata y eficiente, aquejando particularmente a quienes cumplen tareas menos calificadas.
Así pasó con la Revolución Industrial de finales del siglo XVIII y principios del XIX (motores a vapor y mecanización), luego con la producción en masa, las líneas de ensamblaje y la electricidad, y más tarde con la electrónica y los sistemas de TI como los conocemos hoy. Sin embargo, las visiones agoreras cayeron bajo su propio peso y se siguió generando más y mejor empleo, con sustanciales avances en las condiciones laborales de los trabajadores. Pero, ¿estamos seguros de que eso ocurrirá de nuevo? Si todo lo que tiene la potencialidad de ser automatizado, eventualmente, será automatizado, entonces, ¿habrá trabajo para todos? ¿Nos adaptaremos a los cambios que se avecinan? La escala de éstos es de una dimensión jamás experimentada por la raza humana.
Nick Bostrom es un filósofo sueco de la Universidad de Oxford que está investigando en profundidad estas eventuales consecuencias. Es director del Future of Humanity Institute de la misma institución, donde han publicado diversos artículos académicos sobre las amenazas y oportunidades que podrían modificar radicalmente la civilización como la conocemos. En esta charla de TED, nos habla justamente sobre la inteligencia artificial y que los avances que se están realizando han llevado a que muchos de los eruditos en la materia opinen que este giro social está a la vuelta de la esquina.
Cuenta que hace un par de años hicieron una encuesta entre los expertos más destacados en inteligencia artificial, y ante la pregunta «¿en qué año crees que habrá un 50% de probabilidad de elevar la inteligencia artificial al mismo nivel que la inteligencia humana?», la respuesta fue entre los años 2040 y 2050. Puede ser antes, puede ser después. Pero de que va a llegar ese día, no hay dudas. Y una vez que esto ocurra, dice Nick Bostrom, la “máquina inteligente” será el último invento que tenga que hacer la humanidad, pues éstas serán mejores inventores que nosotros. Las máquinas ya no sólo se limitarán a cumplir la función para la que fueron programadas.
Uno de los cuatro desafíos de la reunión anual del Foro Económico Mundial, donde se dan cita los principales líderes políticos, intelectuales y empresariales de este planeta, que se realizó este mes, fue justamente ése: el cómo nos podemos preparar para transitar con armonía hacia la Cuarta Revolución Industrial.
Ya hemos visto algunos avances radicales, como los autos que no necesitan de un conductor (lo que modificará totalmente la concepción y las políticas públicas de un sistema de transporte) o el empleo de la robótica en las enormes bodegas de Amazon que ahora hacen el proceso de selección y empaque de productos muchísimo más rápido y eficientemente, moviendo las cajas en los centros de despacho de un lado a otro.
Así, obviamente, el producto le llega antes al comprador, pues ahora el trabajador no tiene que caminar físicamente entre los corredores de la bodega a buscar un producto en alguna repisa. Ejemplos así hay muchísimos y mañana habrá más.
Un reporte (2016) del Foro Económico Mundial, estima que el 65% de los niños que hoy entra a la educación primaria, terminará trabajando en un puesto que aún siquiera existe.
En la contraparte, las empresas que no innoven en tecnología, corren el serio riesgo de verse aplastadas por la competencia en no tanto tiempo. De aquí a diez años, desastres típicamente citados, como los de Kodak, Nokia o Blockbuster se pueden disparar, más aún en las pequeñas y medianas empresas, que por lo general van a un ritmo más lento en este ámbito.
En su dimensión, la misma idea es aplicable a las estructuras estatales, pues si el Estado avanza a una velocidad abismalmente más lenta que la población y, sobre todo, más lenta que los Estados de los países que van a la vanguardia, los choques serán inevitables. Y serán bien fuertes.
En uno de los comités del foro, se planteó que los líderes mundiales deben actuar hoy para acondicionar y moldear el futuro que irremediablemente nos pisa los talones, para así hacerlo más inclusivo y seguro para todos.
En ese sentido, explicaron que se hace necesario formar a una fuerza de trabajo educada de acuerdo a los tiempos, con mayor espacio para la flexibilidad, la creatividad, el emprendimiento y la agilidad. Urge pensar holísticamente para crear los nuevos puestos de trabajo que se necesitarán y que los trabajadores desarrollen las habilidades para ejecutarlos de buena manera.
No tengo claridad si en nuestro país se ha asimilado esta realidad aún. Al menos en la práctica, no me parece ver una preocupación por considerar la variable humana y social hacia lo que se nos viene, usando los avances tecnológicos meramente desde una perspectiva costo-eficiente. Creo que es hora de ponerse serios en este tema y hacer todo lo posible por subirse a este tren bala que va pasando.
Columna de Ernesto Evans, Presidente de la Asociación de Mutuales A.G.
Fuente: Cooperativa