Más allá de lo obvio que parezca, está comprobado que el afecto es un factor fundamental del desarrollo humano y, por cierto, clave en edades tempranas. Está relacionado con la calidad de las relaciones que se forjan con los otros en el ámbito social, además de la seguridad, confianza y la autoestima. Por lo pronto, tanto es así que se ha establecido que las personas criadas con afecto tienen el hipocampo -la zona del cerebro encargada de la memoria- casi un 10 % más grande que el resto debido a que ha sido previamente estimulado.
Por eso podría parecer una pérdida de tiempo explicar las bondades del proyecto de ley crea un seguro para el acompañamiento para los niños con enfermedades catastróficas. Si cualquier persona se desarrolla mejor en un contexto de afecto, resulta evidente la importancia que puede cobrar para la recuperación de un menor el cariño, apoyo y compañía de los padres mientras padece una dolencia.
Esa posibilidad hoy no existe como un derecho. De ahí el compromiso asumido públicamente de tramitar con celeridad la iniciativa presentada por el Ejecutivo hace pocas semanas, de manera que ojalá este año empiece a beneficiar a los cerca de 4000 menores que hoy atraviesan por situaciones de ese tipo.
Hay que estudiar, analizar y discutir el proyecto, pero no es aventurado prever que muy pocos podrían cuestionar la relevancia de su idea matriz y eso ya es una buena noticia. Un seguro que funcione como licencia médica para los padres de hijos menores de 18 años con enfermedades o accidentes graves pone énfasis en las relaciones paterno y materno filial, porque está comprobado que éstas, si son determinantes para el desarrollo cuando hay buena salud, lo son doblemente durante la enfermedad.
En principio, el seguro se activaría cubriendo a progenitores trabajadores de hijos con cáncer, para ampliarse gradualmente a casos de trasplantados, enfermos terminales, además de víctimas de accidentes graves y con riesgo vital. Cada familia podrá utilizarlo hasta por 180 días corridos en el plazo de un año.
Que los niños enfermos tengan la posibilidad de transitar durante tiempos difíciles y dolorosos acompañados de sus padres implica mejorar su calidad de vida y devuelve a los progenitores el ejercicio del instinto vital más primario, que tiene que ver con proteger y resguardar a la descendencia. Acompañar a los hijos en momentos tan duros no es ni puede ser un lujo y debe ser un derecho.
Columna del senador Francisco Chahuán
Fuente: El Dínamo