Probablemente no es tema de titulares, y no va a estar en la primera línea de las conversaciones diarias. Probablemente sea porque preferimos vivir como si no existieran. Se trata de las afecciones de índole mental, que están azotando la sociedad chilena, y que, tanto para la salud común como la laboral, están en lo más alto del ranking de las enfermedades que afectan a los ciudadanos.
¿Qué está pasando con el estrés, la depresión, trastornos, angustias y demás, que emergen con mayor frecuencia en la población? Cuando se presentan las cifras, las enfermedades mentales están registrando el mayor gasto en salud: son el 26% del gasto en Subsidios de Incapacidad Laboral (SIL); el número de licencias médicas mentales supera el millón. También en salud laboral es la afección más frecuente. Según un informe de la Superintendencia de Seguridad Social, fueron un 58% del total de los diagnósticos en 2017. No por nada la OIT desde el 2016 está haciendo especial énfasis en el estrés laboral y la depresión.
Estamos frente a un fenómeno no sólo preocupante para quienes han padecido de afecciones mentales sino también desde una perspectiva de salud pública. No es un tema que debería ser de exclusiva tuición del Ministerio de Salud, sino también de preocupación para trabajadores, empresarios, emprendedores. Pero sobre todo lo anterior, hay que entender qué nos está pasando. Primero, es un tema integral porque los altos consumos de marihuana y drogas en jóvenes nos prevé una mayor profundidad del fenómeno; los adolescentes de hoy serán los trabajadores del futuro. El foco no está sólo en las enfermedades por accidentes, por traumatismos, quemaduras, lesiones, o aquellas que afectan a determinados órganos, sino aquellas que afectan nuestro estado de ánimo, nuestra capacidad cognitiva, alteraciones en el sueño, intranquilidad, crisis de angustia.
Mi hipótesis es que estamos construyendo ciudades, espacios públicos y cotidianidad social cuya racionalidad se está topando de manera violenta con nuestra esencia. Hemos exacerbado la razón del progreso al punto que, como admite Michel Onfray, ya no es razonable. La cotidianidad es presa de una suerte de máquina racionalizadora que determina nuestros horarios, rutinas, acciones y aquello que llamamos trabajo. Nuestro ser se está resintiendo, está surgiendo un malestar social que debemos desmenuzar usando el juicio crítico. Es probable que nos encontremos frente a una respuesta social frente a la propia racionalidad sobre la cual estamos construyendo nuestra sociedad, como están ordenadas las cosas. Las afecciones mentales son una respuesta a la utopía de un orden necesario para un progreso que, siendo evidente, no se percibe por igual, y para muchos es una capa deshumanizante que hay que acarrear diariamente. Hemos ganado en mejor salud, más años para vivir, mayor consumo, mejor calidad material de vida, pero la dinámica diaria está dejando heridos en el camino.
Columna de Ernesto Evans, Presidente de la Asociación de Mutuales
Fuente: La Segunda