Los primeros casos graves de Covid-19 llevan más de un año y medio desde que salieron de los centros de salud. Sin embargo, aún quedan rastros de sus estadías en las unidades críticas. El virus y los tratamientos invasivos, como la ventilación mécanica, demandan un largo camino de recuperación.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la pandemia por coronavirus el 11 de marzo del año pasado. En Chile el virus aterrizó unos días antes y, desde entonces, 1.754.443 personas se han contagiado.
Al poco tiempo se demostró que el virus era capaz de generar cuadros graves e, incluso, ser altamente mortal. De hecho, en junio de 2020, en uno de los momentos más complejos de la primera ola, la Sociedad Chilena de Medicina Intensiva (Sochimi) informó una ocupación crítica de la red asistencial, que llegó a un 95% en Santiago.
Desde el inicio de la pandemia a la fecha se han hospitalizado 150.059 personas por Covid-19 en la Red Integrada Público Privada, de las cuales 47.221 requirieron UCI. De todos ellos, 148.204 recibieron el alta.
Pero Eduardo Tobar, intensivista del Hospital Clínico de la Universidad de Chile, relata que la batalla no termina cuando el paciente egresa: “Existe una condición que pueden desarrollar los pacientes después de la hospitalización que se llama síndrome post UCI; esta es una alteración de diferentes dominios de la salud que pueden presentar los pacientes que tienen una enfermedad crítica en general, pero es más frecuente en los pacientes que requieren UCI por más de diez días que, lamentablemente, es casi la regla de quienes tienen Covid-19 grave”.
Los efectos pueden ser tanto físicos como mentales. “La fatiga es uno de los síntomas que sufren los pacientes más frecuentemente. Otros, que tienen compromiso pulmonar, pueden presentar dificultad para respirar. También deterioro funcional, porque hay quienes no pueden hacer actividades de la vida diaria. Además, pueden experimentar depresión, ansiedad y estrés postraumático y otras alteraciones”, precisa Tobar.
Han pasado casi 18 meses desde que los pacientes de la primera ola de la pandemia en Chile fueron hospitalizados. Sin embargo, aún después de su egreso hospitalario y sus tratamientos, siguen con secuelas: algunas pequeñas, otras determinantes en su vida cotidiana.
La duración del proceso de convalecencia es muy incierto. El infectólogo de la Clínica Universidad de los Andes, César Bustos, explica que “es muy difícil hablar de tiempos, porque el tiempo que tarde en recuperarse, dependerá del grado de alteración en los distintos órganos y sistema del cuerpo que se vieron afectados. Ya sea por el Covid-19, por el uso de fármacos para el tratamiento o por el tiempo de encamamiento o ventilación mecánica que el paciente tuvo”.
El proyecto Post- UCI de los centros de salud de la UC, Sotero del Río, Tisné, Rancagua, Antofagasta y de la U. de Chile hicieron seguimiento a 86 pacientes durante tres meses posteriores a su egreso hospitalario. En este período se dieron cuenta de que 22 de ellos presentaban discapacidad moderada o leve. Además, al menos uno de cada cuatro tendría afectación del ámbito congnitivo.
La recuperación de estos pacientes requiere varias semanas de trabajo y un equipo multidisciplinario de profesionales para volver plenamente a su funcionalidad. Pero los casos promedio y más complejos -en quienes la internación supera 10 días y ha llegado a 90- demandan rehabilitación integral, que podría extenderse por meses o incluso años.
Según el departamento de Rehabilitación del Ministerio de Salud, considerando las cifras de contagios hasta mayo, un 7,5% de los infectados “quedaría con alguna alteración que la haría requerir servicios de rehabilitación”, lo que traduce en al menos 84.660 personas.
En primera persona
Omar Aránguiz (68) aún no se recupera del todo. Estuvo hospitalizado en la Clínica Indisa entre el 16 de mayo y el 18 de agosto del año pasado. Llegó con riesgo vital y durante meses se debatió entre la vida y la muerte. Días previos a ser internado, perdió a dos familiares a causa del virus: su madre Eliana (89) y su hermano Roberto (64).
Desde que salió de la clínica estuvo en rehabilitación con un equipo multidisciplinario, proceso que duró hasta medidos de este año. Pero las secuelas aún están presentes. Aránguiz cuenta que “hasta el día de hoy tengo una parestesia (trastorno de la sensibilidad) en mi brazo derecho y en la pierna izquierda. Y trabajo con un terapeuta ocupacional porque no puedo hacer grandes cosas, como escribir o cortar con un cuchillo. No tengo la fuerza ni la presión, o se me cansan las manos con la cuchara y el tenedor y se me caen”.
Por esta misma razón tiene licencia médica hasta finales de este mes, aunque pretende retomar alguna actividad laboral próximamente: “Voy a seguir haciendo cosas porque tengo el ánimo y las ganas de hacer cosas. También está la necesidad, porque indudablemente esto te acarrea un sin fin de problemas, como los económicos”.
Roberto Millalén (53) tampoco se repone del todo. Ingresó el 10 de mayo de 2020 al Hospital Barros Luco, donde estuvo hasta el 10 de agosto en la unidad de cuidado críticos. Desde que salió han pasado 15 meses, período en el que ha recibido tratamientos con kinesiólogos, fonoaudiólogos y terapeuta ocupacional. Pero aún no logra sentirse bien.
“Me cuesta hablar y respirar. También me salió una escara en el coxis y me ha costado mucho recuperarme. No puedo hacer actividades normales como antes, trabajar o agacharme bien. Los pulmones también tienen secuelas”, detalla Millalén.
Actualmente sigue en tratamiento, pues el médico broncopulmonar no lo ha dado de alta. También fue derivado a cardiología. “Aún no puedo volver al trabajo en la construcción por mi salud. Me contagié de esta enfermedad y tuve que resignarme. Los retiros de las AFP y el IFE son los que me mantienen vivo, para ayudar a mis hijas y aportar algo en la casa”, detalla.
En ese sentido, Pablo Iriarte, jefe de la Unidad de Fisiatría y Rehabilitación del hospital Barros Luco, cree que el proceso de recuperación es clave: “pensar en el futuro y que a estos pacientes podamos darle respuesta de rehabilitación. No basta que el paciente se salve del Covid-19 y sobreviva, si la vida que le estamos ofreciendo no va poder cumplir las expectativas y las necesidades que tenía desde antes”.
El infectólogo Bustos enfatiza que las consecuencias del virus y la estadía en ventilación mecánica o en una cama crítica pueden ser muy graves: “Hay pacientes que tienen que volver a aprender a caminar, a tragar, porque no saben controlar su musculatura. Es como retroceder en el tiempo”.
Francisco Álvarez (35) estuvo en está situación. Además conoció los efectos del Covid-19 desde dos realidades distintas: como seremi de Salud de Valparaíso y como paciente. Tuvo una larga estadía en la unidad de cuidados intensivos en mayo de 2020, donde estuvo 22 días inconsciente y conectado a ventilación mecánica. Y desde el momento en que despertó, dice que se enfrentó a las consecuencias: “No tenía fuerza para nada. Y no solo te vas dando cuenta que no puedes moverte mucho, si no que también debes ir aprendiendo lo que todos los días hacemos: tuve que aprender a comer, a lavarme los dientes y el pelo. Una de las cosas que más me costó dentro de lo cotidiano fue sonreír, porque una de las secuelas fue la pérdida de la masa muscular. Entonces no tenía fuerza suficiente para sonreír”.
Después de una recuperación con varios especialistas, en agosto del mismo año volvió a su vida laboral, pero ya no como seremi. Actualmente trabaja en la unidad de pacientes críticos del Hospital Gustavo Fricke de Viña del Mar y hace clases en la Universidad Andrés Bello. Lo que no volvió a ser igual es su voz, cuenta: “Más que por el virus, fue porque estuve entubado y, de hecho, todos los días tengo que hacer ejercicios vocales, sobre todo cuando hago entrevistas o clases”.
Francisco Ketterer (51) vivió una situación distinta. “Fue un milagro. Desde el minuto que vuelvo del coma, una de las cosas que le llamaba la atención a los doctores es que me incorporé rápidamente y, dentro de todo, mi salida fue súper rápida”.
Ketterer estuvo en la Clínica Alemana un poco más de dos meses y el siete de julio de 2020 le dieron el alta. Volvió a su trabajo e, incluso, este año volvió a esquiar. “Yo creo que mi recuperación fue más rápida que el promedio, tengo fe y digo que es un milagro. Me siento bendecido, porque en otras realidades hay gente que no estuvo tan complicada como yo y se demoraron seis, siete meses en recuperar bien el habla”, concluye.
Y pese a que ya está de alta, de vez en cuando, asegura, siente dificultades para respirar. Un esporádico recordatorio de su encuentro con el coronavirus.
Fuente: La Tercera
Foto: Rocío Cuminao/AGENCIAUNO