El médico internista hace un crudo análisis de la realidad que ve a diario en el servicio que dirige y al que llegan principalmente pacientes de La Pintana, La Granja y San Ramón, municipios que tienen algunos de los índices más altos de mortalidad por coronavirus en la Región Metropolitana.
Pablo Gutiérrez es médico internista y asumió la jefatura de la Urgencia del Hospital Padre Hurtado en marzo de 2020, apenas unos días antes de que se desatara la emergencia sanitaria por coronavirus. El servicio en el que trabaja recibe a la población del suroriente de la Región Metropolitana, donde están algunas de las comunas que muestran los peores índices de mortalidad por Covid-19. “Ante algo inmanejable para el país, es inevitable que las comunas que tienen los peores índices de acceso anden peor”, afirma.
El especialista cuenta, además, que los casi 14 meses a la cabeza de la unidad han sido tan desafiante como agotadores y, sobre un eventual colapso del sistema, declara que “hemos estado siempre desbordados, por sobre lo que podemos dar, y siempre a punto de agotar el último recurso, que es finito. No solamente es el ventilador mecánico, que es lo más mediático, sino que el espacio, el oxígeno. Eventualmente se pueden acabar”.
Ha transcurrido un año de iniciada la pandemia, ¿cómo lo ha sentido?
Esa pregunta ha ido variando cada vez que me la he hecho. Solo puedo responder que ha sido el mayor desafío de mi vida y estoy seguro que de la mayoría, si es que no todo el personal de la Urgencia del hospital. Ha sido duro, emocionalmente agotador, y para algunos, incluso, yo creo que catastrófico. Hay gente que no ha podido ver a su familia, que no estaba acostumbrada a ver tanto caos, tanto desorden, tanta enfermedad, tanto drama humano, tanta muerte. Y ahí hemos tenido que poner un poco la calma, pero a su vez eso también sobrecarga. Justo me pillas en un momento de esos difíciles.
¿Por qué?
Uno siempre trata de poner una mirada más optimista, de que la cosa va mejorando, pero cuesta ver una salida en un mediano plazo con los 9.200 casos de la semana pasada, y sabiendo que de esos al menos el 3% va a requerir una unidad crítica y más o menos 10% o 15% va a requerir atención hospitalaria. Es difícil visualizar las próximas dos semanas en un colapso peor del que ya tenemos.
¿Ese colapso es proyectable a todo el sistema de salud?
No es nada nuevo lo que digo, tampoco es sembrar caos. Las personas que trabajan en esto tienen claro que hay un colapso, que estamos trabajando al 115% de lo que el sistema da. Sabemos que el peor momento de enfermedad es a los siguientes ocho o 10 días. Los 9.200 casos de la semana pasada nos dan un corto plazo muy malo y no solamente aquí, pero lamentablemente las comunas de mi hospital -San Ramón, La Granja y La Pintana- son de las que tienen mayor tasa de mortalidad y de los peores índices de calidad de vida del país. Cuesta imaginarse que estas comunas, que están súper desprotegidas, no anden peor con el Covid.
Las cifras arrojan que, básicamente, la gente con menos recursos es la que muere. ¿A qué cree que se debe?
No soy sociólogo ni salubrista, pero claramente se relaciona con la pobreza y la desigualdad el acceso a todo, no solamente a la salud, también a educación e información. Te aseguro que esto se asocia a la salud previa. Si uno mira los índices de los factores de riesgo, las comunas nuestras están arriba: obesidad, diabetes, descompensación de enfermedades, porque el sistema no ha dado abasto en mucho tiempo. Son cosas que ya veíamos. La pandemia y el resultado de la pandemia en muchos lugares de Santiago es un reflejo de algo que hemos visto por años. Me formé acá, llevo casi 15 años en estas tres comunas, y era inevitable que pasara algo así en algún momento. Es cosa de llegar al hospital y ver las calles afuera y sus basurales. Es la realidad de las comunas, es un reflejo y, lamentablemente, no me sorprende.
¿Y eso qué le genera estando al medio de la pandemia?
Impotencia. Y bueno, hay varias razones de por qué uno acepta un cargo así y una de esas es tratar de hacer algo con el equipo del hospital, que es maravilloso en todo rango, mucha gente que se merece el cielo. Pero no les podemos tampoco quitar responsabilidad a las personas.
¿Y cuánto tiene que ver con la falta de información?
Mira la tasa de vacunación. Hay comunas donde, en porcentajes no menores, falta mucha gente que se vacune con la primera dosis. Seguramente tiene que ver con educación también, porque aparece gente cuestionando las vacunas y probablemente a una persona con menos educación la desinformación le impacta más. Pero igual cuesta no asignar cierta responsabilidad individual. Alguien de 35 años que no se cuida, sale y expone a su familia de manera irresponsable -y no hablo de esos que tienen que salir a trabajar por necesidad u obligación- por el mero hecho de tener teléfono con acceso a internet, no se le puede quitar responsabilidad, porque si no estaríamos fritos. No es solo culpa de otros, todos tenemos responsabilidad. Y también creo que el que tiene más acceso a educación y sigue siendo irresponsable, tiene mayor responsabilidad.
¿Qué se puede hacer para mejorar esto?
Las personas tienen el 90% del sartén por el mango y el gran aporte que se puede hacer es aislarse, cuidarse, ponerse mascarilla y vacunarse. Los que estamos en salud tenemos nuestra gran esperanza en el resultado científico de la vacuna. El segundo aporte de la gente es entender que con la primera dosis no basta. Y que aun con la segunda, si se vive con más personas, hay riesgos hasta que el grupo completo no se vacune.
¿Y las situaciones inevitables de exposición?
Mi empatía me lleva a decir que hay mucha gente del suroriente de Santiago que no tiene otra alternativa más que salir a la calle. Si vemos la pobreza estructural de las comunas, ¿cómo haces para que la persona que trabaja de manera informal no salga? ¿Qué haces con la familia sostenida por el vendedor ambulante o el de la feria? Eso hace que todo sea más difícil.
¿Hay pacientes que le dicen ‘de verdad no pude quedarme en casa’?
Obviamente. Y te lo dicen. Y deben sentir ciertas contradicciones, pero pucha que es difícil no entenderlos. ¿Qué le puedes decir a esa persona que vende el sábado en la feria y sostiene a su madre adulta mayor, a su hijo, y se supone que no puede salir? ¿Hay que retarla? ¿Cómo le dices que logre un equilibrio? Es muy fácil decirlo, pero anda a hacerlo. No lo veo posible.
¿Su Urgencia ha tenido algún momento de pausa?
La Urgencia siempre está particularmente llena en el servicio público. Ha habido momentos mejores, pero con otros problemas. No ha habido una pausa real, esa pausa mental, de poder salir, ver a la familia, porque da susto, o para tomarse vacaciones. Muchos vamos a cumplir 18 meses sin siquiera una semana de descanso. Liberarse no ha existido. Hay agotamiento mental y ese agotamiento lleva al agotamiento físico innegablemente. Hubo pausas de Covid, momentos mejores, con pocos pacientes contagiados, pero con muchos otros con otras cosas. Apenas vi dos veces a mis papás el último año y medio, y con esa sensación de no calma, en Fase 3 incluso. Creo que eso ha hecho que quienes estamos expuestos tengamos miedo, por nuestras familias, nosotros y nuestros colegas. Tenemos casos de gente de la Urgencia que ha tenido Covid grave. Y da susto también ver gente de 30 años intubada… ¿por qué a nosotros no?
¿Cuál ha sido el día más difícil?
Me acuerdo perfectamente uno del año pasado que teníamos 105 pacientes hospitalizados en la Urgencia, en camillas, sillas, suelo o ventanas, esperando una cama para subir, la mayoría Covid. Fue como en junio y algo que nunca pensé que íbamos a vivir. Estábamos con el equipo tratando de ver qué hacer con 105 personas en un espacio en que normalmente no debería haber más de 30 o 35. Al final logramos controlarlo. Y este año, hace como una semana, estuve con una sensación rara pensando cómo lo vamos a hacer con los 9.200 contagios del viernes de la semana pasada cuando tengan que llegar acá. Ya no se puede hacer más que esperarlos y pedir que, por favor, no tengamos más esa cantidad de casos.
¿Vivió momentos críticos?
Hemos estado a punto, siempre desbordados, por sobre lo que podemos dar, y siempre a punto de agotar el último recurso, que es finito y que no solamente es el ventilador mecánico, que es lo más mediático, sino que el espacio, el oxígeno. Eventualmente se pueden acabar.
Fuente: La Tercera