Las vacunas y el fin de las cuarentenas no implican que el impacto del Covid-19 llegó a su fin. Sus variados efectos, se proyectarán mucho más, dicen especialistas. El encierro, soledad, violencia, disputa, pobreza, preocupación, enfermedad y muerte, implicó, paradójicamente, que también nos acercó más que nunca a la vida.
Los más de 25 meses transcurridos desde el 1 diciembre 2019, cuando se supo del primer caso de una extraña enfermedad de fiebre alta y neumonía, que luego conocimos como Sars-CoV-2, han sometido al mundo a un torbellino de incertidumbre.
Tras los primeros reportes nadie anticipaba lo que venía. Otros virus habían sido preocupantes. Pero de alcance limitado. Ocurrió entre 2002 y 2004, con el síndrome respiratorio agudo severo (Sars) que infectó a más de 8 mil personas y mató a casi 800 en todo el mundo.
Gran parte del mundo conocía de pandemias solo por libros o películas. Poco sabíamos del temor de salir de casa y evadir el contacto social para no enfermar. Menos de encerrarse por meses y el miedo a morir.
Una crisis social inédita, dice Octavio Avendaño, docente del Departamento Sociología de la U. de Chile, pero que, si se compara con Europa, es lo más cercano a una guerra. La pérdida de familiares, los efectos económicos, la paralización y el cambio de la vida tal cómo se conocía, dice “solo se producen en un marco de guerra”.
Afortunadamente la ciencia permitió contar con vacunas. La espera no fue en vano: demostraron ser efectivas para prevenir el Covid-19 grave y especialmente buenas para prevenir la muerte.
“Llevamos casi dos años aprendiendo a afrontar una pandemia que hoy parece endemia”, indica la doctora en filosofía y académica de la U. de Santiago, Diana Aurenque. En Chile, y gracias al gran número de la población vacunada, hay contagios, “pero menos muertes a causa de la enfermedad y las salas de cuidados críticos permanece disponibles”.
Sin embargo, las vacunas y el fin de las cuarentenas no implican que el impacto del Covid-19 llegó a su fin. Los efectos sociales, económicos y culturales se proyectarán mucho más. Se habla incluso hasta más de una década. Ha sido más que una crisis de salud. Es una crisis humana, económica y social.
¿Qué viene ahora? “Ninguna sociedad ha muerto a causa de una pandemia”, ha indicado el sociólogo histórico de la U. Texas A&M, Samuel Cohn, autor del libro All Societies Die: How to Keep Hope Alive. Y la de coronavirus no es la excepción. La vida cambió de un momento a otro, pero continúo. Que sea igual que antes, sin embargo, no está claro. Al parecer la anhelada “normalidad” no llegará.
De momento, y de no ser que andamos aún por las calles con mascarillas y por las noticias de mantener los cuidados por parte de la autoridad sanitaria, Aurenque dice que pareciera que la pandemia en cierto modo está controlada. “¿Ya pasó o se transformó en endemia? Y si esto es así, ¿qué aprendimos de ella?”, se cuestiona.
Tiempos de agitación, como una pandemia, pueden remodelar la sociedad. Cambios que van en diferentes escalas y que en la cotidianidad ya se aprecian. Uno de ellos, dice Avendaño es la normalización del autocuidado, “que se arraigó no solo en Chile, si no que en otros países que se vieron tan o más afectados por la pandemia”.
Alcohol gel, lavado de manos y el uso de mascarilla incluso en lugares públicos, permanecerán. “Se va a mantener por un largo periodo, porque ha demostrado evitar otro tipo de contagios o enfermedades virales, eso ha tenido efectos positivos”, dice Avendaño.
Cómo se convivirá con el virus probablemente durante varios meses más, habrá que seguir adaptándose a restricciones, añade Eduardo Sandoval, investigador del Instituto Iberoamericano de Desarrollo Sostenible de la U. Autónoma. Pero las medidas de confinamiento tan extensas provocan agotamiento. Será necesario, dice, reevaluar esas medidas para “que la población aprenda a convivir con el virus y con las diferentes mutaciones, eso implica una mejora de la comunicación de riesgo”.
La crisis además, aceleró el uso de la tecnología y su necesidad fue transversal. Impulsó procesos de transformación digital, “modificando conductas a nivel sistémico”, señala Pablo Reyes, psicólogo organizacional, magister en psicología social de la U. Autónoma.
“No es ciencia ficción”, dice Reyes, es parte de lo que ya vivimos. Internet de las cosas. Tecnologías implantables en el cuerpo. Big data. Inteligencia artificial. Marcará el inicio de una nueva etapa, en que puestos más rutinarios que puedan ser reemplazados por una máquina, tenderán a desaparecer. Se pondrá así nuevamente a prueba nuestra capacidad de adaptación y aprendizaje. “Estamos viviendo un cambio de era, y lo estamos experimentando en primera persona”, aclara.
Así también, en lo cotidiano, las compras virtuales no disminuirán. Más bien, todo lo contrario. El delivery era excepcional antes de la pandemia, “pero se masificó e incluso se hace extensivo provincia donde era un fenómeno desconocido”, dice Avendaño, sobre un giro significativo que se vincula además, al mayor valor que se da al tiempo, “porque las personas se dieron cuenta que eso demandaba tiempo y que era un recurso escaso, y por ende, la modalidad se arraiga”.
Aurenque agrega, en ese sentido, un aspecto fundamental redescubierto: el tiempo. Mejor dicho, “el tiempo de cada cual y de lo que nutre los corazones”. La revaloración de ese lapso tan frágil que es cada uno y que llamamos vida, nos acompaña, dice de la mano con la conciencia de su vulnerabilidad, de que no importa cuán sanos estemos o intentemos estar, la muerte y la enfermedad nos rodean siempre -a nosotros y a los nuestros. “Quizás ese redescubrimiento de la fragilidad del respiro es la enseñanza bendita que más nos ha dejado la pandemia maldita”, dice la académica.
Pero toda esa revaloración del tiempo, acompañada de la reflexión racional de saber aprovecharlo, Aurenque dice debería ir también a la par con una sensación de gratitud. Una gratitud religiosa o blasfema, pagana incluso, por la oportunidad de tener tiempo. “No hay causa racional, sea de un Dios o la ciencia, ni de otro tipo, que explique porqué existimos, mientras tantos otros nos dejaron. Solo agradecer nos queda, a Dios, los Dioses o al aire, por poder seguir aquí y recordar a los que se fueron. Y quizás resacralizar nuestra vida y sus actos; darnos por entero a que los que sea que nos quede de tiempo, esté repleto de sentido”.
El enfrentamiento entre el bien colectivo y el individual fueron evidentes en pandemia. Y al parecer no disminuirá. Si en Estados Unidos o en otras naciones de Europa, por ejemplo, algunas personas son reacias a usar mascarillas o vacunarse, en países más orientados a equipos como Suiza, Japón y Singapur, se ha hecho un mejor trabajo en seguridad de Covid-19.
No ha sido fácil conciliar el cambio en la vida social colectiva. Como respuesta, dicen los especialistas, algunas personas niegan la gravedad del coronavirus o han resistido a las limitaciones o vacunas en nombre de sus derechos.
Reyes explica que han sido tiempos en que la capacidad de adaptación y aprendizaje se han puesto a prueba como nunca. Con ello, dice, las competencias de autogestión emocional también han sido desafiadas, en especial, en el último tiempo. “Hemos visto personas que dado un menor nivel de autoconciencia y autorregulación desbordan sus emociones en comportamientos hostiles, tanto en nivel verbal como incluso a nivel físico”.
Contrario a lo que, en su inicio, se pensó de forma ingenua, “la sociedad no se volvió más solidaria”, subraya Aurenque. Ni a nivel micro ni tampoco en la macro política, “los países más ricos aún concentran el mayor número de vacunas”.
Si los impactos de la pandemia son una aceleración de tendencias existentes, varias permanecerán. Una, es el trabajo on line. Gracias al virus aprendimos que gran parte del trabajo se puede realizar a distancia.
A futuro, pesar a que las cifras sean positivas, “es altamente probable que se instale el teletrabajo con mucha más fuerza, así como la educación a distancia, un aceleramiento de un proceso que ya había comenzado como consecuencia de la globalización”, dice Sandoval.
Una modalidad que ha adoptado no solamente en el sector privado, sino que también el sector público, añade Avendaño. “Eso va a generar una serie de ajustes desde la organización, la producción, la organización de los servicios y del trabajo en general”.
Si esas a prácticas se vuelven la norma, dicen los especialistas, es posible que se experimente una pérdida en los contactos sociales. Un mundo social más pequeño que antes de la crisis. Lo que también podría derivar en desencanto laboral.
En Estados Unidos, ejemplifica Reyes, desde 2021 ocurre lo que se denominó “the great resignation” (la gran renuncia) en que profesionales dejaron sus puestos de trabajo estables para emprender otros proyectos de vida, “probablemente impulsados por un proceso crítico de reflexión respecto a sus propias vidas, vinculado a una mayor autoconciencia, en el contexto de pandemia”.
Las prioridades cambiaron. Algo evidente para las generaciones jóvenes, o llamados centennial, añade Reyes. Será previsible que las empresas tengan que hacer concesiones para fidelizarlos, dice “adaptando formatos de trabajo con horarios flexibles, con labores desafiantes, con espacios de aprendizaje y crecimiento profesional, con estructuras horizontales que propicien la innovación y la agilidad”.
Por la pandemia y también desde un punto de vista social, dice Sandoval, Chile vive un momento de bastante incertidumbre, que lleva a aprender a convivir con esa falta de seguridad, lo que atraviesa todas las etapas evolutivas, desde los niños, hasta los jóvenes y los adultos.
Sin embargo, no es que solo la pandemia empeoró problemas existentes gracias a esa inseguridad. De acuerdo a estimaciones de la Organización Mundial de la Salud, se espera un aumento importante en la atención en salud mental. “Se estima que un tercio de la población, por lo menos, va a evidenciar trastornos relacionados con la depresión, con ansiedad, con trastornos de sueño y trastornos de la alimentación”, aclara Sandoval.
La actual crisis planteó a su vez, un quiebre en la sensación y vivencia de control propia de las sociedades modernas. Tal como el sociólogo histórico de la U. Texas A&M, Samuel Cohn, ha indicado “con el auge de la medicina moderna, vino una sensación de eficacia sobre la posibilidad de controlar la mortalidad”. Entonces si la persona comía sano, hacía ejercicio, si conducía con seguridad, si no fumaba, podía protegerse de la muerte prematura. Pero ese sentido de control sobre la propia mortalidad se rompió con la pandemia. Como resultado, dice, la sociedad tiende a adoptar una visión más fatalista de la vida.
Ha sido traumático darse cuenta que “el vivir sano” no inmuniza contra las pandemias o la mortalidad masiva. Se requiere avanzar aún más. En ese sentido, dice Sandoval, no se sabe cómo responderán las distintas vacunas a próximas mutaciones, eso implicará redoblar los esfuerzos de investigación y de desarrollo científico, “desafíos que estarán presentes durante todo el 2022″.
De la mano de esa impotencia de sabernos tan mínimos, frágiles y desamparados estamos obligados, añade Aurenque, a aprender a conducirnos con cuidado ante un invisible que nos desafía permanentemente. “Justamente – ahí otra paradoja- en cada uno de esos abrazos que tanto deseamos dar, hemos de aprender a saber vivir en el riesgo, saber abrazar a quienes necesitamos hacerlo, y dejar otros tantos pendientes”.
La pandemia nos trajo encierro, soledad, violencia, disputa, pobreza, preocupación, enfermedad y muerte. Quizás por todo ello, dice Aurenque paradójicamente, también nos acercó más que nunca a la vida; no a la vida “en general”, sino a la más íntima, a la propia: “Mucho tiempo vivimos con colores fúnebres, pero hoy, desde ese luto que fue vida, volvió el recuerdo de lo que realmente la colorea, lo importante, y que, por los ajetreos de la vida cotidiana y sus constantes ocupaciones, olvidamos -o dimos por seguro”.
Fuente: Qué Pasa