La importante flexibilización de las medidas sanitarias anunciadas por la autoridad era indispensable, pues la realidad sanitaria ya no justificaba seguir con estas restricciones. Se entra así a una nueva etapa, donde es relevante extraer los aprendizajes del caso.
El Ministerio de Salud informó finalmente una importante flexibilización de las medidas sanitarias que se venían implementando para hacer frente a la pandemia de coronavirus. En lo concreto, anunció que a partir de octubre el uso de mascarilla pasará a ser voluntario, continuando su obligatoriedad solo ante la concurrencia a los establecimientos de salud; asimismo, se estableció que el pase de movilidad dejará de exigirse, en tanto que la campaña de vacunación se concentrará en aquella población con factores de riesgo, para lo cual la intención es que sea una vacunación anual, tal como ocurre con la influenza.
Estos anuncios ocurren cuando los niveles de contagio han presentado una sostenida caída en las últimas semanas, especialmente en el caso de la ocupación de camas críticas, algo que va en sintonía con la realidad internacional, considerando que la propia OMS ha dado cuenta de una muy relevante caída de los fallecimientos a nivel global producto de la Covid-19, previendo que la “salida” ya se encuentra cerca.
Chile era uno de los pocos países que a pesar de que la pandemia venía declinando, mantenía sin embargo medidas muy estrictas, que ya estaban ocasionando una suerte de fatiga en la población. Así, diversos expertos ya alertaban sobre los adversos efectos que suponía en los procesos de aprendizaje de los niños el que tuvieran que seguir usando mascarillas en las salas de clases; así también era ampliamente criticado que continuaran las limitaciones de aforos en zonas que no estuvieran en la fase de apertura, al punto que hasta hace solo semanas estaba en duda que pudieran realizarse una serie de conciertos masivos agendados en la ciudad de Santiago.
Se trataba en definitiva de restricciones que a estas alturas ya no hacían sentido, pero que sin embargo tenían el efecto de alterar innecesariamente la vida cotidiana de las personas o afectar un sinnúmero de actividades comerciales.
El país entra así a una nueva fase, una donde debemos aprender a convivir con un virus que probablemente se quedará entre nosotros, pero que con las medidas adecuadas de autocuidado y prevención debería ser perfectamente manejable, lo que coloca una importante responsabilidad en la ciudadanía para mantener hábitos que prevengan contagios, como el lavado de manos, ventilación o guardar el debido aislamiento en caso de contagio o sospecha de este.
Una pieza fundamental en la estrategia sanitaria chilena fue el proceso de vacunación, el que en sus primeras fases logró importantísimas tasas de penetración, pero que en los últimos meses perdió inexplicable fuerza, en buena medida producto de la laxitud de las autoridades de salud, registrándose en algún momento más de tres millones de rezagados. Sin perjuicio de que la enfermedad venía en retroceso, desde un punto de vista sanitario habría sido mucho mejor haber entrado en esta nueva etapa con una mayor proporción de chilenos con su dosis de refuerzo al día.
Deberá ser también parte de los aprendizajes en caso de futuros rebrotes o nuevas emergencias sanitarias la forma en que la autoridad aplica restricciones sanitarias o de movilidad. El largo período en que se mantuvo el toque de queda, los aforos excesivos o el prolongado cierre de fronteras si bien en los momentos álgidos fueron indispensables, su uso tan prolongado y a ratos discrecional empezó a generar desafección en la propia ciudadanía.
Fuente: La Tercera