Trabajólicos:

La mayor conectividad, la competencia y los cargos de alta responsabilidad son caldo de cultivo para no parar de trabajar. Pero los especialistas advierten que es un estilo de vida que no hace más feliz, que afecta al rendimiento y altera la salud.

Por Gabriela Bade M.
Es de buen tono cuando una autoridad dice que trabaja 24/7. En cierta forma, la ciudadanía espera y exige que a la hora de las urgencias, la autoridad responda a cualquier hora y en cualquier día. Eficiencia, trabajo, disposición, palabras que llevan a pensar que nada podría ser mejor que tener a alguien tan bien dispuesto 24 horas diarias, 7 días a la semana.

En general, personas en cargos de alta competencia, ejecutivos, gerentes, profesionales con mucha responsabilidad y con muchas personas a su cargo, caen en la tentación de no desconectarse jamás. Y ahora con la enorme disponibilidad de tecnología en los bolsillos, la situación solo parece empeorar.

«Es un sinsentido, porque lo único que hace es que las personas se desequilibren, se enfermen, se alienen. Son más bien las posiciones ejecutivas, personas que tienen mucha responsabilidad, quienes empiezan con estas prácticas. Que esas personas estén bien o mal tiene impacto social para todos lados: en su familia, en la empresa, o en el aparato público. Entonces, es una de las muestras concretas de que estamos viviendo sin sentido», dice sin la menor duda la psicóloga Janet Spröhnle, directora de la consultora People & Partners, especializada en el trabajo con altos ejecutivos.

La consultora cree que es altamente necesario que las personas y las empresas aprendan a poner límites. «Algunos podrían quedarse a vivir en la empresa y aun así no terminarían todo lo que tienen que hacer».

Ahí hay un punto clave. La esencia del problema es que el trabajólico siente que siempre hay algo que hacer.

«En estas personas el acento está puesto en el hacer, más que en el pensar, meditar, reflexionar. Esas personas pueden tener logros; de hecho, pueden alcanzar puestos de importancia social, pero también corren riesgos, y uno de los principales es la dificultad de poder gozar profundamente lo que están haciendo», agrega Fernando Ivanovic-Zuvic, psiquiatra y académico del departamento de Psiquiatría Norte de la U. de Chile.

Pero no solo no son felices, además, son candidatos ideales para enfermedades cardiovasculares. Pablo Pedreros, cardiólogo de la Clínica Santa María, explica que tres factores se cruzan en esta ecuación: la demanda, la recompensa y el control. La primera es hacer una labor, la segunda consiste en haberla terminado y, la tercera es que se evalúa si estuvo bien o mal hecha.

«Con el 24/7 tienes un aumento de la demanda, una disminución de la recompensa y un aumento del control, lo que hace que aumenten ciertos parámetros adaptativos desde el punto de vista cardiológico: aumenta la adrenalina, la noradrenalina, los niveles de cortisol. Eso genera un aumento de la presión arterial y también de la frecuencia cardíaca y una disminución del tono vagal (control inhibidor que ejerce el nervio vago sobre el ritmo cardíaco)».

«Si esto es permanente, si no tienes recompensa, si no llegas en ningún momento a sentirte feliz por lo que hiciste, relajarte un rato, el tono vagal, que viene del descanso, lo empiezas a suprimir y empieza la respuesta desadaptativa desde el punto de vista cardiológico. A la larga, un aumento de la presión arterial en 5 mm, aumenta en 20% la mortalidad cardiovascular y aumenta la incidencia de ateromas (lesiones en las arterias)».

Directo al colapso

Cuando un ejecutivo cae por un ataque cardíaco, «entonces todos conversan y blablá, pero a los tres meses están todos de nuevo como mono tití», lamenta Spröhnle.

Antes de formar su consultora, ella trabajó en un banco en el área de recursos humanos. «Teníamos que contratar gente con un perfil que era ese: trabajólico, agresivo, adrenalínico. Eso después te cuesta mucho detenerlo. En algún minuto, las empresas se empezaron a dar cuenta de que los trabajólicos eran disfuncionales. Empezaban a tener problemas con los equipos».

Y sí. El problema de los 24/7, como suelen ser líderes, es que arrastran al resto. «Ahí se producen dificultades, porque en algún momento el sistema va a colapsar. La persona normal que es llevada a ese ritmo de trabajo, al principio va a producir, pero después no. Va a ocurrir lo opuesto: se va a cansar, a tener estrés, va a tener dificultades de sueño, irritable, entonces la productividad disminuye. Y lo que es más importante, la posibilidad de estar contento o satisfecho disminuye», comenta Ivanovic-Zuvic.

El cardiólogo Pablo Pedreros es todavía más enfático: «El 24/7 es súper publicitario, como que anda súper bien, y lo que pasa es que esas personas se están autodestruyendo».