El 71 por ciento de las personas con discapacidad no tiene empleo. Otros estudios dicen que, en realidad, es el 90 por ciento. En el Parlamento se discute una iniciativa para incentivar a las empresas a contratarlos. Claudio Aliste, ingeniero informático, y Peter Loch, publicista, relatan cómo es realmente la odisea de buscar trabajo arriba de una silla de ruedas.
Por MARÍA PAZ CUEVAS.
A Claudio Aliste (29) nunca le costó tanto encontrar empleo como después del accidente. Había trabajado siempre, desde que era niño. A los 15 años le pidió plata a su papá para irse a campamento de scout de verano y él le dio 2 mil pesos. «Para que aprendas a hacer tu plata», le dijo. Entonces, Claudio compró algunos helados y empezó a venderlos afuera de su casa en el barrio Brasil, en diciembre. Juntó 150 mil pesos. Al verano siguiente, vendió bebidas para juntar dinero otra vez. Y al otro, se empleó como jornalero en la Corporación Comunal de Desarrollo, donde su papá hacía algunos trabajos. Le gustaban los computadores, desarmarlos, ver qué tenían dentro y armarlos de nuevo. Quemó el primero, intentando cambiarle la disquetera. Por eso, cuando salió del colegio, entró a estudiar ingeniería en informática.
Pasó por varios institutos que cerraban, abrían y cerraban. Y mientras, seguía trabajando. Primero fue junior de bodega en una empresa de tejidos, luego en el área de carga de una línea área y después instalador de redes y fibra óptica en una empresa de telecomunicaciones. El 2004 retomó en vespertino su carrera de ingeniería informática, esta vez en el Duoc. A la par, seguía trabajando: como soporte técnico en dos call centers y desde septiembre de 2009 en una empresa de informática. Solo le quedaba hacer la tesis para recibir su título, cuando el 3 de febrero de 2010, mientras esperaba la luz verde del semáforo de Portugal con Diagonal Paraguay arriba de su moto, un árbol le cayó encima y lo botó al pavimento.
Claudio tuvo traumatismo en varias vértebras de la médula y quedó parapléjico. Estuvo cinco días en coma. Cuando despertó, le informaron que no volvería a caminar. «Nunca me dije: ‘Ahora qué voy a hacer con mi vida’. Solo me pregunté cómo lo voy a hacer para tener una familia, para trabajar, para formar un hogar». El décimo día después de haber despertado del coma, Claudio se prometió a sí mismo que terminaría su carrera, y en 2011 entraría a ingeniería en conectividad en redes, algo que le gustaba aún más que la informática. El mismo 2010 compró un auto que mandó a traer desde Iquique y lo adaptó. Aprendió rápidamente a manejarlo y también a usar la silla de ruedas. En nueve meses logró una rehabilitación que los médicos habían estimado para cuatro años. Así, en marzo de 2011, llegó manejando hasta el Duoc, donde se había matriculado en su segunda ingeniería. «Antes del accidente, necesitaba cosas materiales para ser feliz y nunca pensaba en el futuro, no me proyectaba. Después, tuve que aprender a hacer tantas cosas nuevas que me puse proyectos como estudiar mi segunda carrera. Tuve unas peleas enormes con mi papá: se puso sobreprotector conmigo, por él que hubiera estado todo el día en la casa viendo tele. Pero yo fui rebelde: quería hacer cosas, salir adelante y trabajar».
Sin embargo, por primera vez en su vida se encontró con dificultades para conseguir un empleo. A partir de 2012, mandó más de cien currículos por correo a ofertas de trabajo que aparecían en portales online y que tenían que ver con su área: sistemas, softwares y soporte técnico. De esos cien correos, lo llamaron al menos de sesenta empresas. Entonces comenzaba el problema. Claudio dice: «Cuando me veían llegar en la silla, les cambiaba la cara. Yo, incluso, había puesto en mi currículo que tenía una discapacidad, para evitar justamente eso. Me decían: ‘No hay problema’, pero otra cosa es la realidad. Te topas con caras raras, de incomodidad, como si se estuvieran preguntando: ‘Lo contrato o no, qué le pregunto, qué le digo’. En la mayoría de las entrevistas me decían que me iban a llamar y nunca me llamaron. En un par más me dijeron, derechamente, que no tenían las condiciones de accesibilidad o baño para contratarme», recuerda.
Cuando en diciembre pasado Claudio vio el comercial de la Teletón donde alguien que buscaba trabajo aparecía invisible sobre su silla de ruedas visible, se sintió interpretado. «Esa es mi historia», pensó. Ahora dice: «No te llaman por la silla. La gente se asusta cuando ve una, piensan que te tienen que ayudar en todo, a comer, a ir al baño, a moverte, y no es verdad. Es prejuicio, ignorancia. Pero igual te decepcionas. Te hacen sentir mal».
¿Seré yo o la silla?
La pregunta lo persiguió durante mucho tiempo desde que en 2011 comenzó su búsqueda de trabajo. «¿Seré yo y mis competencias o será la silla de ruedas?», se cuestionaba Peter Loch (27). Llevaba mucho tiempo sin poder caminar: a los 14 años se cayó de una bicicleta y se dañó el cuello. Pero eso no le había impedido seguir estudiando primero en el colegio, luego en la universidad, ni tampoco manejar su propio auto. En 2010, se tituló como publicista en la Uniacc. Y para conseguir práctica no tuvo mayores problemas, «aunque antes fui a una empresa donde tenían una gran escalera y creo que se asustaron, porque pensaron que quizá tenían que hacerme una rampa», recuerda. Pero un amigo le consiguió práctica en la Asociación Chilena de Seguridad, donde Peter estuvo cuatro meses sin problemas. «Ahí tienen todo adaptado. Tenía estacionamiento, había ascensores, los guardias me ayudaban a bajar y subir al auto», dice. Pero cuando empezó a buscar trabajo, fue distinto. Entonces fue a varias entrevistas. En algunas le preguntaron cómo se movilizaba, si necesitaba ayuda especial o estacionamiento, incluso si se enfermaba frecuentemente. Le decían que lo iban a llamar y no pasaba nada. Y Peter volvía a preguntarse lo mismo de siempre: ¿seré yo o la silla?
Hasta que en 2012 un amigo le respondió su duda: «Es la silla», le dijo. El amigo trabajaba en el Instituto de Seguridad Laboral y le había dado el dato que justamente ahí buscaban a alguien con discapacidad para el área de márketing y publicidad. Peter fue a la entrevista. En el lugar tenían todo adaptado para una silla de ruedas: ascensor, baño, estacionamiento. Después de la entrevista creyó que había quedado seleccionado para el cargo. Sin embargo, tras un tiempo sin recibir noticias, su amigo le confirmó sus sospechas: «Me dijo: ‘Se asustaron por la silla, porque quizá ibas a necesitar más cosas de las que ya tenían implementadas'».
En Chile, el 12,9 por ciento de la población tiene alguna discapacidad, es decir, casi 2 millones 200 mil personas. De ellas, según el Primer Estudio Nacional de la Discapacidad de 2004, 70,8 por ciento no tiene trabajo remunerado. Estudios independientes elevan esa cifra al 90 por ciento. De los empleados, solo el 1 por ciento cuenta con un contrato laboral formal.
«Eso pasa en parte porque en general las personas con discapacidad tienen bajas competencias educativas: solo el 2 por ciento tiene educación superior. No estudian porque saben que es caro, porque cuesta movilizarse, es un cacho andar en la calle, por eso salimos poco. Tampoco estudian porque saben que es difícil que alguien nos contrate. La gente no sabe sobre el tema, pero tampoco preguntan. Hay muchos mitos en torno a la discapacidad. Se preguntan: ‘¿Se enfermará más? ¿Vendrá a trabajar?’. La Sofofa ha estudiado que las personas con discapacidad se ausentan menos y trabajan bien. Como saben que conseguir trabajo cuesta, lo cuidan más», explica Peter, quien se ha dedicado a estudiar la falta de oportunidades que enfrentan los discapacitados luego de su fallida búsqueda laboral.
Hoy en el Parlamento se discute una iniciativa para incentivar a las empresas, grandes y medianas, a contratar empleados con discapacidad. El proyecto propone que las compañías cuenten, al menos, con un 2 por ciento de ellos en el total de su personal.
Oficinas
no inclusivas
En febrero de 2013, Claudio Aliste al fin encontró trabajo como soporte técnico en el hospital San Borja Arriarán para un software que estaban implementando.
Al mes, lo llamaron de otra empresa de sistemas y se cambió de empleo: el segundo era más desafiante y mejor pagado, y Claudio necesitaba del sueldo: mensualmente gasta 700 mil pesos extras por su discapacidad. «La gente cree que solo andas en silla de ruedas, pero tomas medicamentos, te haces heridas. Los insumos médicos me los cubre la Ley Laboral, pero de mi bolsillo salen 300 mil todos los meses solo para la discapacidad», explica.
Mientras estudiaba en el vespertino, se hizo cargo de la infraestructura tecnológica de la segunda empresa en la que lo contrataron. Le gustaba su trabajo. Sin embargo, no podía acceder al baño. Para eso, debían adaptar la puerta de entrada. Se lo informó a su jefe. «Él me respondió: ‘Lo vamos a ver’, pero no hicieron nada». Así Claudio tenía que llevar todos los días una botella plástica de tres litros envuelta en una bolsa negra y orinar por sonda en su puesto de trabajo. Ese es el tercer obstáculo a la hora de contratar a discapacitados, según la Sofofa y la Organización Internacional del Trabajo: la falta de política inclusiva y de infraestructura de las propias empresas.
Claudio duró un año contratado allí. Sin embargo, durante ese tiempo sufrió varias hospitalizaciones por una infección en una de sus piernas. Finalmente lo despidieron. «Me dijeron: ‘Eres un buen trabajador, pero no estás cumpliendo los horarios’. Entendí sus razones. Pero quería seguir. Cada vez que estuve hospitalizado me iba con mi notebook y mi celular para hacer mi trabajo a distancia».
Vote por mí
El 2012, Peter Loch se aburrió de buscar trabajo en vano. Simplemente dejó de mirar portales y de enviar currículos. Dice: «La gente tiene buena disposición, pero desde lejos».
Después de desistir, un amigo publicista le ofreció hacerse cargo de las redes sociales del ex candidato presidencial Marco Enríquez-Ominami. Peter aceptó y conoció de cerca la política.
Pronto se interesó por la propuesta del PRO de presentarse como candidato a concejal por La Florida, en 2012. Y aunque no ganó, hoy quiere seguir en política y postular como candidato a diputado en 2017. Además, esa experiencia lo motivó para empezar a investigar sobre la discapacidad, las demandas pendientes en torno al trabajo y escribir sobre estos temas en su blog. En una de sus columnas, Peter escribe respecto de la dificultad para encontrar empleo: «(Los empleadores) piensan que es mejor elegir a otro postulante y así ‘me evito un cachito'».
Ahora prepara una red social inclusiva, llamada Guazú, junto con un colega, enfocada en el tema de la discapacidad y especialmente en el trabajo. Quiere reunir todas las iniciativas que hay por separado y tener tres grandes áreas: mercado justo, para transar productos o servicios para discapacitados a un precio razonable y no tan caros como están en el mercado; comunidad, para crear una red de apoyo virtual con otros discapacitados y sus familias; y trabajo. «Ahí queremos crear un portal con ofertas de empleo y también ofertas de profesionales. Laborum tiene un Laborum inclusivo, pero la página es muy mala, está en flash y cuesta acceder a ella, más aún para alguien con discapacidad. Siento que es para la foto nada más. Tampoco especifican qué tipo de trabajo ofrecen. Por ejemplo, ponen que se necesita una persona para empresa de telefonía, pero sin decir que es para telefonista. Y postula un sordo. Eso, al final, genera más frustración para alguien que ya le cuesta encontrar trabajo», explica.
Disfrutar la vida
Ahora a Claudio solo le queda entregar su tesis para graduarse como ingeniero en conectividad y redes. Desde abril de este año, además, integra el equipo de pesas paralímpico y entrena todos los días en el Centro de Alto Rendimiento. Se levanta a las siete, va a entrenar una hora y media al CAR, regresa a su casa, vuelve a entrenar por la tarde otra hora y media y de 19:00 a 23:00 va a sus últimas clases en el Duoc.
A veces se duerme a las cuatro de la mañana cuando tiene que estudiar. A pesar de que le ganó un juicio a la Municipalidad de Santiago por daños -se comprobó que el árbol que lo derribó en 2010 estaba podrido debido a falta de mantención- y que invirtió «para vivir tranquilamente», dice que apenas se titule va a insistir en su meta de trabajar. «Podría vivir sin trabajar, pero no quiero eso. Para mí es importante desarrollarme como persona, porque quiero disfrutar la vida. Quiero desarrollarme como persona y como profesional, para mañana decirles a mis hijos: ‘Tu papá hizo hartas cosas con la silla de ruedas'».
Existen algunos avances: la Sofofa y la OIT formaron una red de empresas inclusivas el 2012 y han logrado emplear a casi dos mil personas con discapacidad. También el 2011 se modificó la Ley de Pensión Básica Solidaria de Invalidez que otorga el Estado (85 mil pesos mensuales aproximadamente) que les quitaba la pensión a los beneficiarios cuando encontraban trabajo. Gracias a esta reforma legal, ahora esta mensualidad se sigue entregando durante los dos primeros años de empleo y va bajando con el tiempo.
Claudio dice: «Yo siento que muchos discapacitados se preparan y quieren estudiar, porque no se puede vivir con esa pensión de 85 mil pesos, es muy baja. Y no hay que decaer en el intento: el proceso es complejo, largo y engorroso, pero se puede. Van a existir las empresas que te den trabajo y ellas valen más la pena que los que te descartan por una discapacidad o la silla de ruedas. Hay que esforzarse y demostrar que tenemos las habilidades, que la discapacidad es física, no intelectual».
«Te topas con caras raras, de incomodidad, como si se estuvieran preguntando: ‘Lo contrato o no, qué le pregunto, qué le digo'»
«No te llaman por la silla. La gente se asusta cuando ve una, piensan que te tienen que ayudar en todo, a comer, a ir al baño, a moverte, y no es verdad».