Dicen que pasan más horas en una cabina a 80 o 100 metros del suelo que en sus casas. Manejar esos tremendos brazos que se mueven sobre los barrios de Santiago no es para principiantes ni para parlanchines. Acá los obreros cuentan qué ven desde arriba, cómo sienten los temblores, cuánto ganan y por qué se sacrifican así.
Federico Grünewald
Waldo Pizarro trabaja a 105 metros de altura en una cabina de 1,20 x 1,20. Lo único que hay diez metros más arriba que él es otro operador de grúa que maniobra la máquina que está al frente de la suya en dirección al sur. El punto más alto de la Mc-85B de Waldo tiene 118 metros. Desde ahí se ven las otras nueve grúas que giran como escuadras gigantes al final de la calle Las Hualtatas, en Vitacura. La obra donde él faena son unas torres de departamentos que levanta la empresa Möller & Pérez-Cotapos, y para acceder a su cabina debe llegar primero al piso 28 de la construcción.
En Chile hay más de 1.400 hombres certificados como operadores de grúa, pero son pocos los que han hecho carrera en el armatoste considerado el corazón de cualquier construcción. «Si la grúa está parada, la obra también», dice sin dudarlo Héctor Pérez, jefe de Personal de la Pingon, dedicada al arriendo de estos equipos.
David Concha tiene experiencia en estas maquinarias. Partió cuando no había celulares ni tampoco internet. Ahora se saca selfies arriba para colgarlas en Facebook. Trabaja en una de las tres grúas que se salen desde el agujero gigante que hay en Huérfanos con San Antonio, en el centro de Santiago. Tarda 10 minutos en cada subida, pues su cabina está a 80 metros de altura. Cada 20 metros tiene un descanso. «Uno puede estirar un poquito las piernas en el camino. Yo lo hago como dos o tres veces», cuenta sobre la rutina que realiza cada día antes de las ocho de la mañana y que repite a las dos de la tarde, cuando termina su colación. La bajada definitiva es a las 19:00 horas.
David lleva siempre a su cabina un litro de agua. Cuando le falta, les pide a sus riggers o señaleros que le manden otro poco en el gancho que él maneja con el brazo de la grúa. De esa forma, puede acercar hasta su pupitre de mando lo que quiera.
La cabina tiene dos metros de alto. «No es tan grande, pero para una persona, es cómoda. Hay un buen asiento, corriente, y puedo llevar un termo con algo calentito. Hay obras en las que uno puede estar hasta las 12 de la noche, uno puede pasar dos o tres meses ahí sin darse cuenta. Pasas más tiempo arriba de la grúa que en la casa», relata Concha, que lleva 22 años como operador. Él dice que la tecnología cambió sus condiciones laborales. «Sin ella, nosotros estábamos aislados del mundo allá arriba. Hay tiempos muertos en los cuales uno se aburre y por lo mismo hacen tanto examen psicológico, porque a algunos los problemas les afectan mucho más cuando están solos».
El test psicológico es anual y obligatorio. También hay exámenes físicos que se hacen en la Mutual de Seguridad. Héctor Pérez, de Pingon, detalla que se miden vértigo, presión y problemas cardíacos, entre otros. Eso es independiente del curso de operador, que se imparte en organismos de capacitación, y la mayoría con modalidad Sence. Entre práctico y teórico, son mínimo cuatro meses para obtener el diploma. «Para mí, en seis meses uno recién puede estar trabajando un poco mejor que un novato», explica Pérez, y agrega: «Cuesta encontrar operadores ahora. Los más jóvenes no son como los antiguos, que se formaron como jornales en la obra. Ahora los jóvenes de repente faltan, no sienten la misma responsabilidad». Mario Rojas, gerente de Arriendos y Servicios de Etac, añade que en su empresa buscan operarios a través de avisos. El requisito es tener cuarto medio, aprobar los cursos, exámenes y practicar mínimo tres meses.
Los permisos para montar una grúa los da cada municipio. Se entregan por construcción, y su vigencia es por varios meses o años, dependiendo de cuánto tarde la edificación. En Las Condes, por ejemplo, en 2014 y lo que va del 2015 se han entregado 51 permisos para 74 grúas. En Ñuñoa, actualmente hay otras 46, mientras que un recorrido por los sectores con más construcciones en Vitacura y Santiago agrega a simple vista 36 brazos gigantes en la primera comuna y 32 más en la segunda. Si uno se asoma por Amunátegui con San Pablo podrá ver cuatro que sobresalen por sobre los edificios, lo mismo cuando sube por Pocuro, en Providencia, y por Kennedy, en Las Condes. Así, entre Lo Barnechea y San Miguel se pueden contar fácilmente más de 200.
Paciencia y carácter
Como trabaja sentado, David aprovecha de viajar en bicicleta entre la obra y su casa. Vive en Maipú, nada terrible para un ciclista aficionado. Waldo, en cambio, llega desde La Granja hasta Cantagallo en micro. Hasta el 2010, él trabajó cinco años en el Ejército. Era soldado profesional en Pozo Almonte y estudió electricidad industrial. El 2011, cuando ya estaba en Santiago probando suerte en carpintería y obra gruesa, le ofrecieron rendir el curso de operador de grúa torre. También opina que el test psicológico es lo más exigente. «No todos tienen la paciencia, el carácter y la tolerancia que se necesita en la obra», dice.
A los 29 años de edad, Waldo ya trabajó en Valle Nevado, en Caletones, Pelambres, Huasco, La Serena y Copiapó. Conoce todas las grúas -«la 235, la 446», recita-, las de bajo y las de alto tonelaje. En Etac, la empresa que lo reclutó, tienen un pool de 180 operadores y manejan 175 grúas torre en todo Chile -Pingon tiene un parque de 135, el 80% en Santiago-. El servicio incluye la mano de obra. «Disfruto lo que hago», asegura Pizarro, y explica que otra clave es mantener el diálogo con los riggers . El rigger es el asistente que ayuda desde abajo y por radio al operador. Calcula cargas, resistencia, ángulos y el movimiento del brazo, entre otros. «Son nuestros ojos en tierra, y normalmente son dos», complementa David. «En ellos tengo que confiar a morir», comenta Waldo, y admite que los sustos los ha pasado precisamente «cuando estamos levantando fierros y a los riggers se les sueltan las cadenas. La grúa empieza con una oscilación hacia adelante y hacia atrás… ahí siempre rezo. La pluma de 50 metros es la que más se mueve; uno queda prácticamente mirando al piso; tiene un péndulo brígido».
Los míticos pañales
En los años 90 circuló el mito de que algunos subían con pañales a trabajar, porque ir al baño es imposible. «Era solo un mito urbano», asegura David Concha, y advierte que para la emergencia siempre está la botella vacía. Ahora, además, están las bolsas que convierten el líquido en gel. También se cree que en estas grúas los temblores parecen cataclismos. David cuenta que es al revés. «La grúa como que tirita solamente; a veces hasta ni se siente el movimiento», cuenta. Waldo Pizarro añade que la cabina tiene soportes metálicos firmes que la protegen. «Si la grúa se va de punta o se rompen los vidrios, siempre te vas a quedar adentro».
Otro factor es el viento. Arriba siempre hay brisa. Todas las cabinas tienen un anemómetro y una veleta (además de dos joysticks y una botonera estándar). Ya con ráfagas de 35 km/h hay que pensar en detener la grúa y con 65 hm/h no se puede operar. Waldo cuenta que ha debido suspender labores con viento de 50 km/h.
A David le ha tocado ver accidentes, pero nunca protagonizar uno. Una vez tuvo que bajar de un mall en construcción a un trabajador que falleció de un ataque al corazón. Utilizó la misma grúa para trasladar el cuerpo.
Los sueldos para los operadores principiantes parten en los 400 mil pesos líquidos, más horas extraordinarias y bonificaciones. El promedio está en los 740 mil pesos, y donde mejor se paga es en la minería, donde un trabajador experimentado puede llegar al millón 800 mil pesos.
David Concha se crió en Villarrica. Egresó de cuarto medio y alcanzó a trabajar como vendedor de corbatas en una tienda exclusiva, pero le fue mucho mejor en el sacrificado mundo de las grúas. A ellas les debe el bienestar de su esposa y de sus dos hijos. «Tengo una buena casa en un buen barrio, mi vehículo, y podemos salir a comer con la familia a un buen restaurante. No todo el mundo tiene esa posibilidad. De repente la gente mira a los de la construcción como lo último, pero no es así la cosa».
Para ser operador de una grúa es necesario pasar un test psicológico anual. También hay exámenes físicos que se hacen en la Mutual de Seguridad, donde se mide vértigo, presión y problemas cardíacos, entre otros. Eso es independiente del curso de operador, que se imparte en organismos de capacitación, y la mayoría con modalidad Sence. Entre práctico y teórico, son mínimo cuatro meses para obtener el diploma.
Los temblores -en algunos casos arriba se sienten como un cataclismo- y el viento son factores de riesgo. Todas las cabinas tienen un anemómetro y una veleta (además de dos joysticks y una botonera estándar). Ya con ráfagas de 35 km/h hay que pensar en detener la grúa y con 65 hm/h no se puede operar.