El economista afirma que hubo un manejo inadecuado de las expectativas sobre el alcance que tenían las políticas públicas. Sobre las medidas para mejorar la productividad señala que se deben agilizar los trámites para aprobar proyectos de inversión.
Por Carlos Alonso.
El académico de la Universidad de Chile y economista de la Universidad de Columbia, Joseph Ramos, si bien apoya el principio que está detrás de las políticas públicas impulsadas por el actual Gobierno, critica la forma en que se han presentado, sin diálogo y de manera confrontacional, lo que a su juicio ha tenido impacto en la inversión y el crecimiento. Ramos fue recientemente nombrado como presidente de la Comisión Asesora de Productividad, y explica también la función y objetivos que tendrá dicha instancia.
¿Cómo afecta el desarrollo de la productividad el actual escenario económico del país?
Es clave un mejor escenario económico, ya que una de las cosas que depende para mejorar la productividad es el clima de inversión, y sabemos que ahora está malo, por consiguiente el país está invirtiendo menos y eso afecta este desarrollo. Hoy tenemos un freno a la demanda: los consumidores y los inversionistas no están gastando como quisiéramos. Para graficarlo de otra manera, a nosotros (la comisión) nos pidieron tomar medidas para impulsar la productividad, haciendo un símil entre la economía y una persona que quería correr un maratón. Si bien estaba en mal estado físico, ahora se nos enfermó y está pasando por un estado febril.
¿En este caso la fiebre sería el escenario actual?
Es la coyuntura actual, la incertidumbre por un lado y las expectativas exageradas por otro. Las reformas que propuso el Gobierno eran razonables para avanzar al desarrollo, como el mejorar la calidad de la educación y, junto con ello, mayores recursos a través de una reforma tributaria para financiarla. Ese diagnóstico lo apoyé, pero a la postre qué ha pasado: dos cosas negativas. La primera es que hubo un manejo inadecuado de las expectativas sobre el alcance de las reformas, y a la vez estás despertaron unas ganas muy superiores a lo que las reformas eran capaces de satisfacer.
¿No se dimensionó bien el alcance que podían tener estas reformas?
Claro, necesitaríamos dos reformas tributarias para satisfacer todas las demandas que ha generado la propia puesta en macha de la reforma educacional. Y esto es un problema, que da insatisfacción cuando no se cumplen las promesas. Ahí, cuando se dan cuenta que los recursos no alcanzan para todos, se empieza a ver qué es más importante: calidad o gratuidad, y se escoge calidad, y luego de eso se empieza a reducir el horizonte de alcance sobre a qué grupo se privilegiará.
En estas sobreexpectativas, ¿qué responsabilidad tiene la manera en que se tramitaron las primeras reformas?
En lugar de buscar proactivamente acuerdos razonables antes de enviar los proyectos, se hicieron con la actitud confrontacional de que se tenían los votos. Eso genera incertidumbre no sólo por esa política, sino que también porque genera desconfianza ante cualquier otro proyecto. Esto fue una incertumbre innecesaria. Y además se puso esta idea de que la búsqueda de consenso era tranzar principios. Es una interpretación nefasta de cómo buscar acuerdos.
“Se escuchó a la calle”
¿Hubo un error en el diseño de la reforma educacional?
El entonces ministro de Educación, Nicolás Eyzaguirre, tomó esta decisión con el objetivo de frenar el movimiento estudiantil, ya que pensó que cediendo algo importante como lo es el fin al lucro, fin del copago, y la selección, se iba a controlar al movimiento estudiantil. Eso a mi modo de ver es un error, y demuestra desconocimiento sobre el movimiento estudiantil. El pensar que se iban a quedar tranquilos con esas propuestas y no iban a seguir exigiendo otras medidas. Yo habría partido con la educación pública, proyecto de carrera docente, mejorar la calidad. Ese era el foco y creo que al menos la sociedad en general la habría validado mejor.
Es decir, ¿el Gobierno escuchó más a la calle?
Sí, diría que si bien no hay que ignorar a la calle, tampoco se puede darle el gusto en todo, ya que el logro de ayer pasa a ser el piso de negociación de hoy y eso es insaciable.
¿El Gobierno se equivocó en el eslogan “gratuidad para todos”?
Yo creo en la gratuidad universitaria, pero hay al menos 20 cosas que me parecen más importantes que eso y mientras no se solucione…por ejemplo, la gratuidad universal para la educación universitaria puede costar cerca de US$2 mil millones y ahí comparemos qué es más importante. Porque deja fuera a la educación básica y media. Además hay otro grupo de jóvenes que no va a la universidad, sino que van al mercado laboral, por lo que parece más razonable garantizar una educación técnica de calidad a esos jóvenes. Esto costaría US$650 millones de dólares. Otra medida: el salario ético. Uno podría asegurar que todo jefe de hogar recibiera un salario ético, lo que tendría un costo de US$1.500 millones. Entonces, ¿qué es más importante: financiar a estudiantes que serán profesionales o a las personas que están bajo la línea de la pobrez? Esto sin considerar lo que pasa en salud y pensiones, entre otras cosas más.
Entonces, ¿por qué se puso este derecho sobre otros?
Hay movimientos que consideran que la educación es un derecho y que por consiguiente un derecho no debería ser sujeto a pago. Eso yo lo creo, pero la velocidad en que se tiene que implementar debe considerar otros derechos, como el que las personas tengan un oficio, un salario ético, pensión digna, lista de espera de un mes y no de 6 meses. Entonces, si la educación gratuita universitaria es un derecho, ¿cuál de los otros derechos no lo es?
¿Ve un cambio de expectativas y un repunte de la economía hacia adelante?
Todo lo que sea bajar incertidumbres y buscar consensos van en la dirección correcta y las señales apuntan a eso. Y ahí es importante destacar la labor del ministro de Hacienda Rodrigo Valdés, ya que nadie hace tres meses atrás hablaba de priorizar cosas y hoy cada uno quiere salvar su propio proyecto pero hay conciencia de que todo no se puede hacer.